lunes, 1 de septiembre de 2008

Vivir para siempre

Un artículo que leí en la Revista Semana me puso a pensar. El artículo trataba acerca de unos científicos que investigan sobre los procesos de oxidación en las células del cuerpo por medio de las acciones de los radicales libres, lo cual causa el envejecimiento del ser humano. Estas investigaciones en salud pueden ser muy beneficiosas, ya que podrían mejorar la calidad de vida de la gente, pero hay algo que no me deja cómodo del todo. Los autores se vanaglorian de que se podría “aumentar la expectativa de vida en 500 años” o incluso en “abolir la muerte por causas naturales. Vencer la muerte. Amarrar al Grim Reaper. Vivir para siempre. Pero a mi la idea no me cuadra… no sólo no me cuadra, no me gusta. De haber leído el artículo en mis días de preadolescente creo que hubiera brincado de la emoción y seguramente hubiera empezado a tomar antioxidantes, pero habiendo crecido un poco veo que hay algo profundamente malo con la idea.

La idea de la muerte como descanso a veces no pasa por la cabeza, especialmente cuando se es joven y se está lleno de vitalidad, pero en algún momento se puede convertir en ello. Según la sabiduría de la música popular paisa, el dolor y la alegría son la esencia permanente de la vida, y aunque todos los días llegan con dolores y alegrías nuevos, hay unos tan intensos que una vez llegan rara vez se van. Las muertes de la gente cercana pérdidas de amistades, los rompimientos amorosos, las tragedias de la vida, las frustraciones profesionales, las derrotas. Todo suma, todo duele. Y aunque los abrazos, los amigos, los besos, los amores, la autorrealización y las bellezas del mundo hacen que la balanza de la vida se compense, creo que llega un momento donde ya se acumula tanto, que hay que descansar. Ningún dolor se va nunca del todo, así como ninguna alegría nos abandona para siempre.

Bueno, pero digamos que no es el vivir para siempre, digamos que es el no envejecer. En principio suena bien, pero hablando con un amigo de esto, el me decía “carajo, es que las arrugas se llevan con orgullo”. Y tiene toda la razón. “Las arrugas son que lloraste, que reíste, que viviste!”. Envejecer es parte de todo, y aunque en lo físico se gana en los intelectual y o emocional. Pero no creo que sea solamente por el paso del tiempo, es por la misma conciencia de que el tiempo pasa y que algún día morirás que en realidad creces al envejecer. Envejecer, así como morir es parte de la vida. No me quiero extender mucho en esto, me estoy desviando un poco del tema, y Daniel lo explica mejor de lo que yo podría en su blog.

Más de una noche, o de un viaje en metro, o de una meditación autista la he pasado pensando en la escencia del ser humano. No son meditaciones tan profundas como podrían serlo, ni tan organizadas para llegar a una conclusión, en realidad las hago más por diversión ( o desparche) que por cualquier otra cosa. Debo confesar que soy una persona a la que le aterra la muerte. Me aterra tanto que creo que no es normal el miedo irracional que siento hacia ella, siento que es mayor que el de los seres humanos corrientes. He estado cercano a morir en varias oportunidades, pero no ha sido mi tiempo. Se qué moriré. Y aunque me hiele los huesos, lo acepto. Hubo algo que me impresionó profundamente del artículo que leí, y es un perfil de uno de los investigadores más destacados del tema. Aquí los transcribo

Raymond Kurzweil tiene 60 años, pero sus pruebas médicas indican que desde el punto de vista biológico, tiene 39. Él es un reconocido científico y futurista estadounidense que además de su laureado trabajo en inteligencia artificial y computación, está obsesionado con vivir indefinidamente. Ya dio el primer paso al superar su propia expectativa de vida, que no pasaba de los 50 años, debido a que tanto su padre como su abuelo murieron prematuramente a causa de diabetes tipo II. Kurzweil, hasta ahora, no presenta manifestación de esta ni de ninguna enfermedad relacionada con la edad.

'Mister eternity' o el 'Señor eternidad', como se le conoce, ha logrado esto gracias a rutinas de ejercicio de bajo impacto, como caminatas y bicicleta; poco estrés, meditación y una dieta baja en calorías que incluye 10 vasos de agua alcalina, 10 tazas de té verde y 150 complementos vitamínicos diarios. Algunas copas de vino tinto y transfusiones intravenosas de cocteles químicos semanales complementan la receta. Con todo esto busca reprogramar la química de su cuerpo con antioxidantes que combatan el efecto nocivo de los radicales libres y el envejecimiento celular. Su meta es permanecer vivo el mayor tiempo posible hasta que la ciencia sea capaz de prolongar radicalmente la vida humana.

Yo no soy quien para juzgar como alguien vive su vida, pero se me hace triste. Se me hace triste que alguien se agarre a una utopía antinatural por ser incapaz de aceptar que el mundo es más grande qué él, que la naturaleza tiene su curso y por no aceptar que él, como todos los seres del universo conocido, también debe morir. Pero más que lo que crea, se me hace triste que el tipo deje de disfrutar una vida plena aunque corta, por agarrarse a eso. Se me hace impensable cambiar comida verdadera (aunque esté absolutamente llena de grasa, calorías y gérmenes) por 150 complementos vitamínicos y cocteles químicos intravenosos. Por Dios! No sé como sea el resto de su vida, pero no me extrañaría que todo funcionara bajo los mismos parámetros de renunciar a cosas que hacen que la vida valga la pena y cambiarlas por caminos que buscan que el corazón lata más tiempo. Para mí, ese latir más tiempo es a una vida que más parece de robot que de humano. Que horror.

Pero más allá de la posibilidad de que se pueda alcanzar la inmortalidad o no, hay que ver como nos cambiaría esto como seres humanos. Con su capacidad de abstracción al absurdo, Borges imagina una sociedad de inmortales en uno de sus cuentos del Aleph, donde los inmortales parecen trogloditas que solo se preocupan por estar quietos pensando y en prácticamente no hacer nada, bajo la lógica de que todo lo que se haga ya se ha hecho o se hará, y no hay por qué hacerlo. La inmortalidad en esta sociedad hace qué los hombres pierdan su identidad y olviden quienes son. Los valores universales para ellos ya no existen porque en el largo plazo todo cambia. Esto es una proyección al absurdo, pero que en largúisimo plazo de la eternidad no se me hace difícil de creer. Y esque donde sean capaces de hacer esto los cambios en los hombres serán muy profundos, y tan extraños que creo que serán impredecibles. Es que al fin y al cabo nos estarían quitando la UNICA certidumbre de la vida, aquella certidumbre aterrorizante y consoladora de que moriremos.

No quiero imaginar lo que sería una sociedad sin por lo menos esa única certeza.

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