martes, 20 de mayo de 2014

Un amigo imaginario llamado Cantoná

Este escrito fue publicado originalmente en el primer número de la Revista Travesaño @TravesanoMag


En 1967, a cuatro mechudos de Liverpool se les ocurrió la idea de incluir unos compases de La Marsellesa al principio una canción sobre el amor. ¿El himno de Francia - el rival histórico del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte – iba a empezar la obra máxima del más importante grupo Inglés de todos los tiempos?

Era la forma perfecta de decir que hay cosas que están por encima de la nacionalidad, de la rivalidad, de las afrentas históricas, de la cultura y del orgullo. Era algo que nos recordaba lo obvio, que all you need is love, especialmente cuando ese amor está mezclado con fútbol.

30 años despues, el amor entre Francia e Inglaterra tuvo otro episodio. Esta vez fue en Manchester, a escasos 40 minutos de Liverpool. Marsella también estuvo presente, pero esta vez mandó a uno de sus hijos: Eric Cantoná, King Eric, el mítico 7 de Manchester United.

Para muchos de nosotros en este lado del Atlántico (especialmente para mí, que usaba el fútbol europeo como somnífero) Cantoná era un perfecto desconocido. El único recuerdo que tengo de él en mi adolescencia es un comercial de Nike, donde los mejores jugadores del mundo debían jugar contra las fuerzas del infierno en el coliseo romano. Después de las típicas jugadas y gambetas que siempre salen en esos comerciales, a Cantoná le llegó el balón, justo afuera del área. Era el clímax, el demonio que jugaba de arquero abría sus alas, que tapaban toda la portería.

Para mí, Cantoná era el tipo que se subía el cuello de la camisa, y disparaba un taponazo que atravesaba al demonio por el estómago. Claro, no si antes despedirse de él con un seco “Au revoir”

Eso es todo lo que hubiera quedado en mi cabeza sobre Cantoná. Me vi completo el mundial del 98, sin saber que Francia levantó la copa sin convocar a una (tal vez la mayor) de sus superestrellas. Pero una figura como Cantoná, como Maradona, no se podía quedar solamente en ser una memoria del fútbol. Necesitaba por lo menos una película, y esta es Buscando a Eric.

Buscando a Eric es la historia de Eric, un cartero de Manchester que está en el bajo fondo más hondo de su vida y decide salir a manejar. El problema es que se pone a dar vueltas en una glorieta en contravía... y sobrevive.

Para Eric no es fácil: sus hijastros adolescentes van por mal camino, no es capaz de hacer su trabajo, no va a fútbol hace más de 10 años y tiene que enfrentarse con su pasado doloroso: encontrarse todos los días con la madre de su hija, su amor de juventud, a quien perdió hace muchos años.

En ese momento Eric necesita un guía. Alguien que lo haga llenar de valor y confianza para tratar de organizar su vida. Alguien que lo haga enfrentar con sus decisiones, en medio de frases extrañas en francés. Eric necesitaba a su ídolo, y este se le aparece como un amigo imaginario.

¿Por qué Cantoná y no cualquier otro goleador del Manchester United? Si la película se hiciera hoy, se podría escoger a Cristiano Ronaldo, Wayne Rooney o Van Persie, pero igual hubieran escogido a Cantoná La razón es que Cantoná representa algo más de lo que representa un jugador normal.

Contar la historia de Cantoná es contar la historia de la patada. Todas las historias de amor tienen un momento crítico, y la de esta fue el 25 de enero de 1995. Machester United vs Crystal Palace. Cantoná es expulsado por una falta sobre un defensa y sale del campo. En ese momento, un fanático del Crystal baja corriendo la tribuna y cuando Cantoná pasa le grita algo: 

“Andate a joder en Francia, Francés de puta mierda” (Traducción libre de: “Fuck off to France, you French motherfucker)

Es una afrenta al corazón. Es un insulto contra algo sagrado. Es algo que hace que Cantoná pierda los estribos y le plante una patada al fanático del Crystal. El golpe es en el abdomen, como el del demonio que extendió las alas.

El resultado fueron 8 meses fuera de la canchas, y consecuentemente perder su lugar en la selección Francesa. Como era de esperarse, las ruedas de prensa iban a buscar explicaciones. Pero Cantoná no iba a hablarle a los medios cayendo en los lugares comunes. El iba a decir algo que solamente él podía decir.

Cuando las gaviotas siguen al barco pesquero, es porque saben que van a tirar sardinas al mar. Muchas gracias.

Eso fue suficiente para darle a Cantoná su aura místico-filosófica y para confundir a los hinchas por años. Si yo pudiera escoger un amigo imaginario futbolista, escogería alguno que me dijera cosas como esas. Futbolistas con ese atrevimiento hay pocos. Como todos les envidiamos eso en cierto nivel, los convertimos en algo más que simples deportistas.

Pero, como una buena historia de amor, tiene que haber forma de arreglar las cosas. Catoná volvió a las canchas y jugó como nunca. Les dio dos títulos de liga y dos años de fútbol y gloria a los hinchas del United que nunca lo dejaron de querer.

En una escena de la película, Eric el cartero le dice que a Cantoná que a veces se le olvida que, a pesar de su fama y sus goles, que sigue siendo un hombre normal. Cantoná le responde en un inglés muy acentuado “I am not a man, I am Cantoná”.

Ambos tratan de estar serios un momento pero luego se echan a reír. Pero Cantoná tiene razón; aparte de ser un hombre, él era un episodio más de una historia de amor entre dos naciones. Era la letra de una canción que miles de ingleses cantaban, con la melodía del himno de Francia, desde una tribuna.


Oh Ah! Cantoná! Oh Ah! Cantoná!