Este escrito fue publicado originalmente en el primer número de la Revista Travesaño @TravesanoMag
En 1967, a
cuatro mechudos de Liverpool se les ocurrió la idea de incluir unos compases de
La Marsellesa al principio una canción sobre el amor. ¿El himno de Francia - el
rival histórico del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte – iba a
empezar la obra máxima del más importante grupo Inglés de todos los tiempos?
Era la forma
perfecta de decir que hay cosas que están por encima de la nacionalidad, de la
rivalidad, de las afrentas históricas, de la cultura y del orgullo. Era algo
que nos recordaba lo obvio, que all you need is love, especialmente
cuando ese amor está mezclado con fútbol.
30 años despues,
el amor entre Francia e Inglaterra tuvo otro episodio. Esta vez fue en
Manchester, a escasos 40 minutos de Liverpool. Marsella también estuvo presente,
pero esta vez mandó a uno de sus hijos: Eric Cantoná, King Eric, el mítico 7 de
Manchester United.
Para muchos de
nosotros en este lado del Atlántico (especialmente para mí, que usaba el fútbol
europeo como somnífero) Cantoná era un perfecto desconocido. El único recuerdo
que tengo de él en mi adolescencia es un comercial de Nike, donde los mejores
jugadores del mundo debían jugar contra las fuerzas del infierno en el coliseo
romano. Después de las típicas jugadas y gambetas que siempre salen en esos
comerciales, a Cantoná le llegó el balón, justo afuera del área. Era el clímax,
el demonio que jugaba de arquero abría sus alas, que tapaban toda la portería.
Para mí, Cantoná
era el tipo que se subía el cuello de la camisa, y disparaba un taponazo que
atravesaba al demonio por el estómago. Claro, no si antes despedirse de él con
un seco “Au revoir”
Eso es todo lo
que hubiera quedado en mi cabeza sobre Cantoná. Me vi completo el mundial del
98, sin saber que Francia levantó la copa sin convocar a una (tal vez la mayor)
de sus superestrellas. Pero una figura como Cantoná, como Maradona, no se podía
quedar solamente en ser una memoria del fútbol. Necesitaba por lo menos una
película, y esta es Buscando a Eric.
Buscando a
Eric es la historia de Eric, un cartero de
Manchester que está en el bajo fondo más hondo de su vida y decide salir a
manejar. El problema es que se pone a dar vueltas en una glorieta en
contravía... y sobrevive.
Para Eric no es
fácil: sus hijastros adolescentes van por mal camino, no es capaz de hacer su
trabajo, no va a fútbol hace más de 10 años y tiene que enfrentarse con su
pasado doloroso: encontrarse todos los días con la madre de su hija, su amor de
juventud, a quien perdió hace muchos años.
En ese momento
Eric necesita un guía. Alguien que lo haga llenar de valor y confianza para
tratar de organizar su vida. Alguien que lo haga enfrentar con sus decisiones,
en medio de frases extrañas en francés. Eric necesitaba a su ídolo, y este se
le aparece como un amigo imaginario.
¿Por qué Cantoná
y no cualquier otro goleador del Manchester United? Si la película se hiciera
hoy, se podría escoger a Cristiano Ronaldo, Wayne Rooney o Van Persie, pero
igual hubieran escogido a Cantoná La razón es que Cantoná representa algo más
de lo que representa un jugador normal.
Contar la
historia de Cantoná es contar la historia de la patada. Todas las historias de
amor tienen un momento crítico, y la de esta fue el 25 de enero de 1995.
Machester United vs Crystal Palace. Cantoná es expulsado por una falta sobre un
defensa y sale del campo. En ese momento, un fanático del Crystal baja
corriendo la tribuna y cuando Cantoná pasa le grita algo:
“Andate a
joder en Francia, Francés de puta mierda” (Traducción libre de: “Fuck off to
France, you French motherfucker)
Es una afrenta
al corazón. Es un insulto contra algo sagrado. Es algo que hace que Cantoná
pierda los estribos y le plante una patada al fanático del Crystal. El golpe es
en el abdomen, como el del demonio que extendió las alas.
El resultado fueron
8 meses fuera de la canchas, y consecuentemente perder su lugar en la selección
Francesa. Como era de esperarse, las ruedas de prensa iban a buscar
explicaciones. Pero Cantoná no iba a hablarle a los medios cayendo en los
lugares comunes. El iba a decir algo que solamente él podía decir.
Cuando las
gaviotas siguen al barco pesquero, es porque saben que van a tirar sardinas al
mar. Muchas gracias.
Eso fue suficiente para darle a Cantoná su aura místico-filosófica y para confundir a los hinchas por años. Si yo pudiera escoger un amigo imaginario futbolista, escogería alguno que me dijera cosas como esas. Futbolistas con ese atrevimiento hay pocos. Como todos les envidiamos eso en cierto nivel, los convertimos en algo más que simples deportistas.
Pero, como una
buena historia de amor, tiene que haber forma de arreglar las cosas. Catoná
volvió a las canchas y jugó como nunca. Les dio dos títulos de liga y dos años
de fútbol y gloria a los hinchas del United que nunca lo dejaron de querer.
En una escena de
la película, Eric el cartero le dice que a Cantoná que a veces se le olvida
que, a pesar de su fama y sus goles, que sigue siendo un hombre normal. Cantoná
le responde en un inglés muy acentuado “I am not a man, I am Cantoná”.
Ambos tratan de
estar serios un momento pero luego se echan a reír. Pero Cantoná tiene razón;
aparte de ser un hombre, él era un episodio más de una historia de amor entre
dos naciones. Era la letra de una canción que miles de ingleses cantaban, con
la melodía del himno de Francia, desde una tribuna.
Oh Ah!
Cantoná! Oh Ah! Cantoná!
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